¿Por qué al llegar el 31 de octubre un montón de fantasmas, calabazas y espantapájaros se alinean en nuestra cultura pop? Esa es la pregunta que me hago cada vez que veo un muñeco de trapo erguido en mitad de un campo iluminado por una luna anaranjada.
Y como escritor de fantasía, no puedo evitar pensar que ahí hay historia, mito… y muchas ideas por explotar.
1. La grieta entre mundos
Halloween no nació porque alguien decidiera organizar una fiesta de disfraces. Tiene raíces más profundas, oscuras y poéticas.
Todo empezó con Samhain, el antiguo festival celta que marcaba el fin del verano y el inicio del invierno, la llamada “mitad oscura del año”. En esa fecha, los celtas creían que la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se volvía más delgada, y que los espíritus podían cruzar sin invitación.
Encendían hogueras, se disfrazaban de monstruos para despistar a los espíritus y dejaban ofrendas para apaciguarlos.
De esa tradición nació el nombre All Hallows’ Eve —la víspera de Todos los Santos—, que con los siglos se acortó a “Halloween”.
En otras palabras, Halloween es la noche de la grieta: un punto en el calendario donde lo invisible se filtra y lo imposible tiene permiso para manifestarse.
¿No te parece un lugar perfecto para que algo despierte?
2. Símbolos y criaturas con historia
Detrás de las luces de neón y los disfraces, Halloween está poblado por símbolos que provienen de mitos antiguos.
Algunos nacieron en Europa, otros viajaron por el tiempo y el océano, pero todos comparten una cosa: la fascinación por lo que hay al otro lado.
Jack-o’-lantern: la linterna de las almas
Antes de que las calabazas dominaran las tiendas, los irlandeses tallaban nabos.
La tradición nace de la leyenda de Stingy Jack, un hombre tan tramposo que engañó al mismísimo diablo y acabó condenado a vagar con una linterna hecha con un nabo hueco.
Cuando los inmigrantes llevaron la historia a América, descubrieron que las calabazas eran más grandes y fáciles de vaciar.
Hoy esa linterna simboliza el alma que no encuentra descanso, la chispa que guía —o confunde— a los vivos.
Y cada calabaza encendida en los porches repite, sin saberlo, una oración para mantener alejada la oscuridad.
El espantapájaros: del campo al mito
El espantapájaros es, probablemente, una de las figuras más inquietantes del imaginario popular.
Su origen, sin embargo, no tiene nada que ver con el terror.
En la antigua Grecia, los campesinos colocaban figuras grotescas del dios Príapo para proteger las cosechas. En Japón, los kakashi vigilaban los arrozales. En ambos casos, eran guardianes del campo.
Pero con el tiempo, esa figura inmóvil, con cuerpo humanoide y rostro sin expresión, se transformó en un icono del miedo.
Representa la vigilancia silenciosa, el límite entre lo humano y lo inerte, lo que está vivo y no debería estarlo.
Y en la noche de Halloween, cuando las fronteras se difuminan, nadie puede asegurar que siga siendo solo paja y trapo.
El bogeyman y otras criaturas del filo
El bogeyman o “hombre del saco” aparece en distintas culturas con un propósito claro: asustar a los niños para que obedezcan.
Pero detrás de esa pedagogía del miedo hay algo más profundo: el bogeyman encarna la sombra colectiva, el monstruo que cambia de forma para adaptarse a cada época.
A veces tiene dientes, otras solo voz.
Y cada generación inventa el suyo, porque el miedo, como las cosechas, siempre vuelve.
Black Annis y el hambre de la oscuridad
Del folclore inglés llega Black Annis, una bruja de piel azul y garras de hierro que devora niños y cuelga sus pieles en las ramas de los árboles.
No hay figura más brutal ni metáfora más clara de los temores rurales.
Pero en el fondo, Black Annis representa el hambre de la oscuridad, ese vacío que todos tratamos de llenar con fuego, rezos o calabazas encendidas.
El Púca: el tramposo del crepúsculo
En el folclore irlandés, el Púca (o Pooka) es un espíritu cambiante que puede aparecer como caballo, perro o extraño viajero.
Durante Samhain, se decía que recorría los campos para arruinar o bendecir las cosechas, según su humor.
Es la encarnación del azar: ni bueno ni malo, solo caótico.
Y si escuchas cascos en la oscuridad, mejor no mires atrás.
3. La cosecha, la muerte y el disfraz
Halloween también marca el final del ciclo agrícola.
El sol decae, la tierra se enfría, y lo que antes florecía ahora se marchita.
Por eso muchos de los símbolos de esta fiesta hablan de muerte, pero también de renovación.
Las calabazas, los espantapájaros, los cuervos… todos son guardianes del umbral, testigos del tránsito entre estaciones.
Los disfraces, por su parte, tenían un propósito más serio de lo que creemos: confundir a los espíritus.
Si las almas cruzaban al mundo de los vivos, lo mejor era vestirse como ellas para que no notaran la diferencia.
Hoy seguimos haciéndolo, aunque con menos miedo y más purpurina.
Pero, de algún modo, seguimos honrando la misma verdad: reímos ante el miedo para que no nos devore.
4. El verdadero espíritu de Halloween
Más allá del terror moderno, Halloween es una celebración de los límites: entre la vida y la muerte, la luz y la sombra, el grano y la tierra.
Es el momento del año en que las historias cobran cuerpo y las supersticiones se visten de verdad.
Y quizás por eso sigue fascinándonos: porque nos recuerda que no somos tan distintos de aquellos que encendían hogueras para mantener la noche a raya.
En cada linterna que brilla, en cada espantapájaros que observa, hay una memoria ancestral latiendo.
Una promesa de que la oscuridad no es el final, sino el punto donde empieza otra historia.
5. El eco de la noche
Halloween no es solo caramelos ni películas de miedo.
Es la noche en la que los antiguos mitos despiertan para recordarnos que seguimos siendo los mismos humanos que miran al fuego buscando respuestas.
Así que la próxima vez que veas un espantapájaros iluminado por la luna de octubre, pregúntate:
¿qué guarda?, ¿qué antiguos pactos susurra?, ¿qué criatura espera la grieta para cruzar?
Tal vez no tengas la respuesta.
Pero mientras la buscas, estarás haciendo lo mismo que aquellos que inventaron las primeras historias: darle sentido a la oscuridad.

