Portada mito y leyenda

Mito, leyenda y realidad: el trío más enredado de la historia

Imagina esta escena: estás en una taberna medieval, con tu jarra de hidromiel en la mano, escuchando a un viejo bardo que asegura haber visto dragones sobrevolando la montaña más cercana. ¿Es eso un mito, una leyenda… o simplemente el tío se ha pasado con el alcohol?

Pues bien, la confusión entre mito, leyenda y realidad no es nueva. Desde que el ser humano aprendió a contar historias (o al menos a exagerarlas), llevamos jugando con esa fina línea entre lo que creemos, lo que inventamos y lo que realmente pasó. Y lo fascinante es que esa mezcla es justo lo que alimenta la literatura fantástica.

Hoy voy a intentar aclarar esta sopa narrativa —aunque ya te advierto que, como toda buena sopa, lleva ingredientes mezclados y algún que otro misterio.

Los mitos: cuando los dioses tenían horarios de oficina

El mito es, por definición, una historia sagrada. No sagrada en plan “ten cuidado con lo que dices” sino en el sentido de que explica el origen de algo: el mundo, los dioses, la muerte, el amor, la cerveza (sí, los sumerios tenían un mito sobre la cerveza, porque ellos tenían sus prioridades).

Un mito es el intento de dar sentido a lo inexplicable. ¿Por qué sale el sol cada mañana? Fácil: un dios lo arrastra con su carro llameante por el cielo. ¿Por qué llueve? Porque Zeus anda de mal humor otra vez. ¿Por qué las ovejas desaparecen misteriosamente? Pues porque un cíclope hambriento se ha mudado al valle de al lado.

Los mitos son atemporales. No ocurren “en el año 350 a.C.”, sino “en un tiempo antes del tiempo”, cuando los dioses paseaban sin camiseta por la Tierra y los héroes podían cabrear a un titán sin que eso les arruinara el día.

El mito es la manera en que una cultura explica lo inexplicable, con un toque épico y divino.

Las leyendas: cuando los rumores se hacen épicos

Si el mito habla de lo sagrado, la leyenda se mueve en otra liga: la del “esto pasó, o al menos eso dice mi primo el del pueblo de al lado”.

La leyenda mezcla hechos históricos con imaginación desatada. Es como el “basado en hechos reales” de Netflix, pero con caballeros medievales y espadas mágicas en lugar de narcotraficantes y abogados turbios.

¿Ejemplos? El Cid Campeador en España, el rey Arturo en Britania, Robin Hood en Inglaterra. ¿Existieron? Sí, probablemente de alguna forma. ¿Tal y como los cuentan? Ah, amigo, ahí es donde entra la salsa de la exageración popular.

El Cid quizá no fue ese héroe impecable y noble que canta el “Cantar de mio Cid”, pero la leyenda lo necesita así. Arturo probablemente no reunió a doce caballeros perfectos alrededor de una mesa redonda (por cierto, ¿nadie se planteó usar mesa cuadrada para ahorrar espacio?), pero sin esa exageración no tendríamos el ciclo artúrico que tanto ha inspirado a escritores de fantasía.

La leyenda parte de algo real, pero la gente la va tuneando hasta que se convierte en una épica casi tan brillante como un dragón en pleno vuelo.

La realidad: esa cosa aburrida que nadie quiere escuchar

Aquí llegamos a la parte menos sexy de la trilogía: la realidad. La realidad es lo que pasó de verdad, sin adornos. Sí, hay documentos, crónicas, piedras talladas, restos arqueológicos. Pero ya sabes lo que pasa: la realidad suele ser menos espectacular que el relato.

Nadie quiere escuchar que un rey murió de una infección dental. Mejor decir que fue envenenado por su propio consejero en una trama de traición palaciega. Nadie quiere aceptar que una ciudad cayó porque se quedaron sin víveres; mejor inventar que los dioses enviaron un diluvio.

La realidad es el sustrato sobre el que luego el mito y la leyenda se montan como jinetes de dragón sobre un pobre burro cansado.

¿Dónde se cruzan mito, leyenda y realidad?

Aquí está lo jugoso. Porque rara vez aparecen aislados.

  • El mito puede inspirar una leyenda.
  • Una leyenda puede disfrazarse de mito con los siglos.
  • La realidad puede camuflarse entre ambas y, con el tiempo, olvidarse por completo.

Piénsalo: la Guerra de Troya.

  • La realidad: probablemente hubo una guerra entre griegos y troyanos por motivos económicos y territoriales.
  • La leyenda: Aquiles, Héctor, Paris y Helena, con diálogos dignos de una telenovela de máxima audiencia.
  • El mito: los dioses metiendo la cuchara en cada combate, desde Atenea hasta Apolo.

¿Ves? Las tres capas se superponen como una lasaña narrativa. Y nosotros, los lectores de fantasía, nos las comemos encantados.

¿Por qué esto importa a un escritor de fantasía?

Porque la fantasía vive precisamente en ese cruce. Tolkien no inventó de la nada a los elfos o a los dragones: tiró de mitologías nórdicas y germánicas. George R. R. Martin se inspira en leyendas medievales, intrigas históricas y un poquito de Shakespeare con esteroides.

Un buen escritor sabe que el mito da grandeza, la leyenda da humanidad y la realidad da credibilidad. Mezclar los tres es el cóctel perfecto para que el lector diga: «No sé si esto pasó o no, pero lo siento real».

Además, reconocer la diferencia te da libertad. ¿Quieres crear un dios solar que arrastra el sol con cadenas? Bien: eso es mito. ¿Prefieres inventar un rey que existió de verdad, pero al que le añades un dragón de mascota? Eso es leyenda vitaminada. ¿Quieres que tu historia tenga una base sólida en la historia real de tu mundo ficticio? Eso es realidad reinventada.

El factor humano: necesitamos historias

Al final, ¿qué nos dicen mito, leyenda y realidad sobre nosotros?
Que somos animales narradores. Necesitamos darle sentido a lo que no entendemos (mito), necesitamos héroes que nos inspiren aunque estén exagerados (leyenda), y necesitamos hechos que nos anclen (realidad).

Y, por si fuera poco, necesitamos un poco de humor para digerirlo. Porque, seamos sinceros: ¿quién no se ríe un poco al pensar que el trueno era literalmente Zeus lanzando truenos como si fueran pelotas de tenis desde el Olimpo?

Conclusión: el verdadero mito eres tú (sí, tú)

La próxima vez que alguien te diga que una historia es “solo una leyenda” o “eso es un mito”, sonríe con complicidad. Porque, en el fondo, todas las historias —reales, inventadas o divinas— hablan de lo mismo: de nuestra necesidad de creer, de imaginar y de reírnos de lo caótico que es vivir.

Así que, la próxima vez que abras un libro de fantasía, pregúntate:

  • ¿Qué parte de mito hay aquí?
  • ¿Qué parte de leyenda?
  • ¿Qué parte de realidad se ha colado disfrazada?

Y si no encuentras la respuesta, no pasa nada. Échale la culpa al bardo de la taberna. Seguro que está inventando otra historia ahora mismo.

📌 Pregunta para ti, lector: ¿Qué historia conoces que mezcle mejor mito, leyenda y realidad? Déjamela en los comentarios; prometo no juzgar si incluye dragones, hadas… o un vecino que asegura haber visto a Elvis en el supermercado.

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