Un despertar abrupto

—Sois una calamidad.
—Me habéis despertado vos y las campanas. ¿Qué debería haber hecho?
—¿No os ha avisado el diácono que envió el vicelarúsite?
—Obviamente, no.
El gran maestre se pasó la mano por la cabeza.
—Esto es un desastre… Ya le dije que el vicelarúsite no era de fiar —se dijo a sí mismo el gran maestre.
—¿Qué sucede? —preguntó Alik.
—El vicelarúsite pretende usurpar vuestras atribuciones para la elección del nuevo larúsite.
—¡Pero si se encarga Larus! —exclamó el archiepískopo—. Dependemos de su voluntad.
—Ya lo sé, pero las ansias de poder le pueden. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
—Un momento… ¿qué ​atribuciones?
El gran maestre se puso la mano en el rostro.
—El vicelarúsite se encargará de los asuntos ordinarios de la Catedral, pero vos supervisaréis la elección del nuevo larúsite.
—¿Cómo? Solo soy… era el secretario personal del larúsite.
—¿Qué os enseñan a los jóvenes hoy? Vestíos, que os informaré camino a la Gran Capilla.
Cuando el gran maestre empezó su explicación por los pasillos, Alik desconectó. «Perdido. Muerto. Muerto. Mitra. Promesa incumplida —se rascó la cabeza—. Vicelarúsite escoria. Cabrón. Larus ayúdame. Estoy solo, ayúdame Larus. Necesito a Nayat».
—… como encargado temporal de los asuntos espirituales, debéis preparar la Gran Capilla para mostrar el cadá… el cuerpo de… —El gran maestre se mordió la lengua y cerró los ojos.
—Yo también lo echo de menos —dijo el archiepískopo y estuvo a punto de darle un abrazo—. ¿Recordáis en aquella ceremonia de Año Nuevo, cuando un diácono tiró un incensario? ¿Y el larúsite le dijo que fuera a la cocina?
El gran maestre negó con la cabeza.
—Pues el larúsite añadió que debía comer tres platos de sopa de acelgas para coger energía porque no se creía que fuera tan patoso. Desde entonces, ese diácono no ha vuelto a tirar ningún incensario.
El militar se carcajeó y el archiepískopo se le unió.
—Genio y figura… Lamento mi comportamiento de antes, archiepískopo… Está siendo muy duro… Él os apreciaba, siempre me decía que erais como el sobrino que siempre le hubiera gustado tener. Centraos en no fallar en vuestras responsabilidades para que sea más llevadero.
—Gracias, Gran Maestre. El siguiente larúsite tendrá mucha suerte de contar con vos.
—Estaré el mínimo tiempo indispensable y me retiraré.
Tengo casi ochenta y no será lo mismo sin mi amigo… Además, lo normal es que su sucesor nombre a otro Gran Maestre. Digo yo.
—Nunca me había parado a pensar en la muerte de… ni en todo lo que vendría después. Creemos que tenemos controlado el tiempo, pero todos somos sus esclavos.
Llegaron a las puertas de la entrada principal de la Gran Capilla.
—Os deseo suerte con la panda de buitres, no dejéis que el vicelarúsite os mangonee. Si os comportáis como debéis, los caballeros responderán a vuestras órdenes.
—Gracias, gran maestre. —El militar se giró—. Y prometedme que quedaremos más adelante para que me contéis alguna anécdota suya.
El gran maestre sonrió antes de marcharse.
Alik inspiró hondo y entró rezando para que Larus le ayudara y, de paso, Nayat apareciera cuanto antes: siempre lo reconfortaba.

El tañer de las campanas sobresaltó a Alik. Al archiepískopo le faltaban pocos años para cumplir cincuenta inviernos y su cuerpo no llevaba tan bien un despertar brusco. «Oscuridad. Oscuridad. Sueño. Campana. Hábito… silla. Campana. La muerte. Larúsite muerte. Me ha dejado. Campanas muerte. No puede ser. ¿Es real o sigo soñando?».

El archiepískopo se restregó los ojos. Seguía escuchando unas campanas lentas y monótonas. Cada campanada era un puñal en su corazón: el larúsite había muerto. No se lo creía. Era mayor, pero todavía le quedaban ganas de vivir.

Unos golpes insistentes en la puerta de sus aposentos lo levantaron de la cama. ¡Ya voy! ¡Ya voy! Por el amor de Larus.

Alik​, tras forcejear con el cerrojo, abrió la puerta. Deseó que fuera Nayat.

—¿Qué hacéis aún en la cama?—preguntó el gran maestre—.  ¿Por qué no estáis con los rituales en la Gran Capilla?

—Ehhh…

—Sois una calamidad.

—Me habéis despertado vos y las campanas. ¿Qué debería  haber hecho?

—¿No os ha avisado el diácono que envió el vicelarúsite?

—Obviamente, no.

El gran maestre se pasó la mano por la cabeza.

—Esto es un desastre… Ya le dije que el vicelarúsite  no era de fiar —se dijo a sí mismo el gran maestre.

—¿Qué sucede? —preguntó Alik.

—El vicelarúsite pretende usurpar vuestras atribuciones  para la elección del nuevo larúsite.

—¡Pero si se encarga Larus! —exclamó el archiepískopo—.  Dependemos de su voluntad.

—Ya lo sé, pero las ansias de poder le pueden. No hay  peor ciego que el que no quiere ver.

—Un momento… ¿qué ​atribuciones?

El gran maestre se puso la mano en el rostro.

—El vicelarúsite se encargará de los asuntos ordinarios  de la Catedral, pero vos supervisaréis la elección del nuevo larúsite.

—¿Cómo? Solo soy… era el secretario personal del larúsite.

—¿Qué os enseñan a los jóvenes hoy? Vestíos,  que os informaré camino a la Gran Capilla.

Cuando el gran maestre empezó su explicación por los pasillos, Alik desconectó. «Perdido. Muerto. Muerto. Mitra. Promesa incumplida —se rascó la cabeza—. Vicelarúsite escoria. Cabrón. Larus ayúdame. Estoy solo, ayúdame Larus. Necesito a Nayat».

—… como encargado temporal de los asuntos espirituales, debéis preparar la Gran Capilla para mostrar el cadá… el cuerpo de… —El gran maestre se mordió la lengua y cerró los ojos.

—Yo también lo echo de menos —dijo el archiepískopo y estuvo a punto de darle un abrazo—. ¿Recordáis en aquella ceremonia de Año Nuevo, cuando un diácono tiró un incensario? ¿Y el larúsite le dijo que fuera a la cocina?

El gran maestre negó con la cabeza.

—Pues el larúsite añadió que debía comer tres platos de sopa de acelgas para coger  energía porque no se creía que fuera tan patoso. Desde entonces, ese diácono no ha vuelto a tirar ningún incensario. 

El militar se carcajeó y el archiepískopo se le unió.

—Genio y figura… Lamento mi comportamiento de antes, archiepískopo… Está siendo muy duro… Él os apreciaba, siempre me decía que erais como el sobrino que siempre le hubiera gustado tener. Centraos en no fallar en vuestras responsabilidades para que sea más llevadero.

—Gracias, Gran Maestre. El siguiente larúsite tendrá  mucha suerte de contar con vos.

—Estaré el mínimo tiempo indispensable y me retiraré.

 Tengo casi ochenta y no será lo mismo sin mi amigo… Además, lo normal es que su sucesor nombre a otro Gran Maestre. Digo yo.

—Nunca me había parado a pensar en la muerte de… ni en  todo lo que vendría después. Creemos que tenemos controlado el tiempo, pero todos somos sus esclavos.

Llegaron a las puertas de la entrada principal de la Gran Capilla.

—Os deseo suerte con la panda de buitres, no dejéis que el vicelarúsite os mangonee. Si os comportáis como debéis, los caballeros responderán a vuestras órdenes.

—Gracias, gran maestre. —El militar se giró—. Y prometedme que quedaremos más adelante para que me contéis alguna anécdota suya.

El gran maestre sonrió antes de marcharse.

Alik inspiró hondo y entró rezando para que Larus le ayudara y, de paso, Nayat apareciera cuanto antes: siempre lo reconfortaba.

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