Portada relato Alexei Stepánovich y la pandemia

Alexei Stepánovich y la pandemia (3)

Elecciones.

Odio esa palabra.

¿Por qué las personas le dan tanta importancia a un acto que sucede cada cuatro años cuando el resto del tiempo son esclavos del sistema? ¿No se dan cuenta de que cada partido político recurre a toda suerte de trampas para tomar el poder? Yo no seré menos que los demás. Todavía falta mucho por planificar para ganar la carrera.

Han pasado tres semanas desde que me rescataron y no sé cómo sentirme.

Controlo la Asamblea Nacional y el Gobierno, pero los tribunales y el pueblo se me resisten. ¿Por qué no estoy satisfecho? ¿Acaso no había alcanzado mi meta? Los culpables de la muerte de mi hijo todavía no han sido condenados. 

Sabía que gobernar sin el apoyo del pueblo sería una tarea ímproba. Podría haber tomado el poder por la fuerza, como en un golpe de Estado clásico, pero eso no me garantizaba un gobierno sencillo. Además, necesitaba el reconocimiento internacional, lo cual me fastidiaba, a fin de no perjudicar a nuestras empresas nacionales.

Me he dado de bruces contra la realidad: es muy tozuda. Las encuestas no me otorgaban una mayoría absoluta y mis rivales políticos habían creado un frente común en mi contra. El tonto era yo por haber supuesto ciertos pasos. El Presidente de la República ni se reúne conmigo. Necesito un as en la manga, pero no cuento con ninguno.

Las vistas desde el despacho del Primer Ministro eran oscuras y lejanas a las siete y media de la mañana. Añoraba el jardín del Ministerio de Defensa Nacional. Echaba de menos los paneles de madera en las paredes, ese aura de sofisticación e historia que poseía el ministerio de la cual carecía el palacio del Primer Ministro: demasiada tecnología y desprovisto de alma.

La charla con mi esposa fue casi peor que el maltrato al que me sometieron. Como buena etostrona, es independiente y fuerte. Cuando estaba convaleciente en el hospital, su rapapolvo se escuchó hasta en el otro extremo de la capital. Que si estaba loco, drogado, tonto o todas a la vez. Que cómo se me había ocurrido semejante disparate. Aprovechando que ella se detuvo para tomar aire, dije:

—Lo hice por nuestro Alexei.

Cerró los ojos, soltó un par de lágrimas y los volvió a abrir.

—Házselo pagar a esos cabrones.

Mi hija no soltó su furia, pero sabía que tarde o temprano explotaría. El único consuelo que tenía era que había venido a verme a pesar de no dirigirme la palabra.

La agenda de esa jornada consistía en disolver la Asamblea Nacional y celebrar elecciones dentro de dos meses. Estaba de pie mirando por la ventana y las rodillas me temblaban. No podía perder y que el primer ministro no fuera condenado por la muerte de mi Alexei.

Dejé de mirar a través de la ventana y me senté. Encima de mi mesa me aguardaban los decretos para ser firmados. No quería.

Una llamada a mi puerta me sacó de mis pensamientos. Tras unos segundos, entró mi ayudante personal, Dmitri; me corrijo: ahora es jefe de gabinete. Cuánto me costaba reconocer el nuevo cargo del chico.

—El ministro de Sanidad y Familia desea hablar con usted urgentemente.

—¿Te ha dicho el motivo?

—No —dijo alzando los hombros.

Me toqué la barbilla con el dedo índice; Stefan no era tonto y, además, era médico, o por lo menos lo era antes de entrar en política. Un médico de familia siempre viene bien para ganar votos y estar bien asesorado. «¡Qué demonios! No pierdo nada por escucharlo y así postergo la firma», pensé.

—Dile que pase.

Dmitri inclinó la cabeza antes de marcharse. Al minuto, entró un señor delgado y con gafas. Puso su maletín mal cerrado sobre el suelo. Se sentó en la silla de enfrente.

—Estoy muy preocupado.

—¿Tenemos una fiebre de democracia?

—No seas niño, Alexei. Nos conocemos desde hace mucho y no estoy para bromas.

—No quiero firmar el decreto de disolución y así me desahogo un poco.

—Hablando de eso… Mi tema también está relacionado.

Me incliné hacia delante.

—Ha surgido un nuevo virus en un país asiático. Se llama asteneia y es muy contagioso; al ser una nueva cepa no sabemos cómo afectará a la población.

—Me suena. ¿No es como la gripe? Me han dicho que los orientales llevan mascarillas, habrase visto cosa más rara.

Rodó los ojos.

—Sí y no. Comparte algunas características con la gripe, pero muchas no las conocemos y eso me preocupa. No te cachondees de las mascarillas. Sirven para que un infectado no contagie y lo deberíamos hacer con la gripe normal. Como también es cierta la conveniencia de lavarse muy bien las manos para matar al bicho y toser o estornudar sobre el hombro.

—¿Eso en qué nos afecta? Al final nos terminaremos contagiando todos o desaparecerá por arte de magia, ¿no? Estamos en manos del altísimo, aunque, mejor dicho, en las de cada país: remarán en direcciones diferentes.

Stefan se ajustó las gafas.

—No te lo tomes a guasa. Ya sé que no tenemos la mejor sanidad del mundo, pero el peligro va a ser el colapso de los hospitales, que el personal sanitario enferme y el hundimiento de la economía. Todo viene de la mano en una pandemia.

—¿Tan grave puede ser?

—Ya hubo casos registrados a finales del año pasado y estamos a…

«Ahí va mi amigo, algunas veces no sabe el día en que vivimos», pensé con una sonrisa.

—Estamos a tres de febrero.

—Necesitaremos acopio de mascarillas, pruebas de detección, respiradores, protecciones, cierre de fronteras, restringir la movilidad…

—Para, para… ¿El país está en una situación económica delicada y me estás diciendo que restrinja la movilidad y nos aislemos? Hablando en tu lenguaje, ¿quieres que le meta una patada en los huevos a la economía?

Mi amigo asiente.

Me llevo las manos a la cabeza. «Lo que me faltaba: además de la posibilidad de perder las elecciones, me toca lidiar con esto. ¿Qué hago? ¿Lo ignoro? ¿Cómo se afronta esto? Si esta información me ha llegado a mí, seguro que también a los gobiernos occidentales. ¿Qué medidas tomarán?».

—Por organizar las ideas, cuéntame los escenarios que contemplas.

—Seré franco: nuestro sistema sanitario es paupérrimo y colapsará. Como las personas son irresponsables, recomiendo tomar las medidas más severas para evitar el hundimiento de nuestro país.

—Habías hablado de medidas de confinamiento…

—Lo ideal sería todo el mundo en su casa, sin salir.

—¿Nada de manifestaciones, partidos de fútbol, eventos multitudinarios o incluso elecciones?

Se mordió los labios.

—Es desaconsejable todo lo que implique aglomeración de personas. A nivel político es otra historia y te ayudaré en lo que pueda, pero te hablo como médico. Si una persona infectada no asiste a un evento multitudinario, al día siguiente no nos encontraremos con otras diez.

«Estoy acojonado vivo. ¿Qué es un golpe de Estado frente a perder el poder y que el país se vaya al carajo? Las heridas todavía no han cicatrizado. Hubo mil dos cientos muertos y ahora vendrán más muertes. Tengo miedo. Mucho miedo… Un momento. ¿Por qué no usar el miedo a mi favor? Es la herramienta más efectiva que existe. Así mato dos pájaros de un tiro: gano las elecciones y el primer ministro no escapará de su castigo», pensé. Vi a mi Alexei en una esquina con cara de interrogación. «Quédate, por favor».  

—Eres un heraldo de infortunios, pero también de oportunidades, Stefan. No te preocupes, esto no lo puedo pasar por alto. Necesito conocer todas las variables. Quiero un informe en mi mesa antes de terminar el día y…

Puso su maletín sobre las rodillas y extrajo una carpeta gruesa.

—Aquí tienes —dijo Stefan.

—Algunas veces me pregunto cómo es posible que conserves la eficacia siendo un cargo público.

—Algunos somos inmunes.

Solté una carcajada.

—Amigo mío, gracias. Nos veremos más a menudo; trasládate con tu equipo a alguna de las salas del palacio. Dmitri se encargará de los detalles. 

Alzó las cejas.

—Como desees.

Tras perfilar un par de detalles técnicos, abandonó mi despacho.

Sonrío: la pandemia sería la solución para ganar las elecciones. Mi querido Stefan es un ángel respondiendo a mis plegarias. La convocatoria sería un reto.

Llamé a Dmitri para que hiciera una videoconferencia con el ministro de Interior, el de Economía y Hacienda y con Vasili, presidente de la Asamblea. Yo seguía ostentando la cartera de Defensa Nacional, no me fiaba de nadie para ese puesto. Indiqué a mi Jefe de Gabinete que se quedara.

No convoqué a Stefan porque era buena persona, no como los otros o yo. Él cumpliría el rol de cara amable y sabia del gobierno; más adelante trabajaría en contacto directo con los ministros, pero esta parte no la podía saber o rompería su integridad.

Una vez establecida la conexión, les resumí la situación tal y como me la planteó Stefan.

—¿Qué hacemos? —preguntó Dmitri.

—Por el lado económico, lo veo claro: potenciar la industria nacional mediante la fabricación de mascarillas, productos básicos y todo aquello necesario ante un cierre de fronteras internacional. Así ganaremos muchos votos cuando decrete el estado de emergencia.

El ministro de Economía y Hacienda creó una mueca en la cara.

—¿Estado de emergencia?

—Necesito los poderes extraordinarios para limitar al enemigo: los extranjeros que traen la enfermedad, la oposición por no ser capaces de evitar la crisis sanitaria y los tribunales por intentar impedir que hagamos nuestro trabajo.

—Maquiavelo parece un niño comparado con usted —dijo Dmitri.

—Por supuesto, la Guardia Nacional y el Ejército contarán con el material de protección necesario para no contagiarse y mantener el orden público asegurando las elecciones como nos convenga.

El ministro del Interior para de sonreír.

—Vasili, viejo amigo, cuento contigo para que el decreto de emergencia y toda la burocracia legislativa vaya como la seda. Necesito que guíes a la oposición como nos interese.

—No te preocupes —dijo con un guiño.  

—Tenemos dos posibilidades: retrasar las elecciones, capear el temporal y presentarnos como héroes o convocarlas jugándonos el todo por el todo.

—La memoria de la gente es corta y manipulable, convoque elecciones —dijo Dmitri.

Los demás asintieron.

—Un apunte más, Stefan será la cabeza visible durante la crisis mientras nosotros gestionamos todo desde la sombra.

—¿Y eso? 

—En primer lugar, porque será una crisis sanitaria sin precedentes que afectará a todos los niveles de la sociedad. En segundo, nadie dudará de que actúe de forma honorable, no nos podrán achacar nada.

—Bien visto, señor.

—Solo me queda por decir: alea iacta est. Iré contactando con vosotros para ir desarrollando la estrategia. Cuento contigo, ministro de Economía, Etostrona debe capear el temporal. 

Cuando terminó la comunicación, le dije a Dmitri que suspendiera toda mi agenda del día.

—Es necesario despertar el interés por lo prohibido, ¿no te parece?

Mi jefe de gabinete me ayudó a organizar el plan del día. Una vez satisfechos, llamé a Stefan y le dije: «¿Qué te parece una rueda de prensa al mediodía? Tu dosier es muy importante».

***

El sol de mediodía no podía entrar en la sala de conferencias del palacio: era otra barbaridad de la tecnología y el arte moderno que ni es arte ni moderno; a ver cuándo hago un decreto para que los edificios oficiales sean neoclásicos.

Estaba acompañado por Stefan, a mi derecha, y Dmitri permanecía en un segundo plano. Los periodistas o, mejor dicho, los representantes de los libelos, esperaban para hacerme pedazos, pero quien riera el último reiría mejor.

—Compatriotas etostranos, he convocado esta rueda de prensa para decir a la nación que nos enfrentamos al peor reto del siglo xxi: una pandemia salvaje y descontrolada. Cambiará nuestra sociedad, pero mantendremos nuestra sanidad y economía.

Los bots de Dmitri estarían realizando su trabajo en las redes sociales. Yo no tenía porque me parece que solo sirven para lanzar insultos, pero reconozco su importancia estratégica. A lo mejor algún día me abro unas cuentas.

Los flashes y el griterío de los periodistas no me dejaban seguir. Esperé treinta segundos hasta que volvió una relativa calma.

—Ahora dejaré que el ministro de Sanidad y Familia explique los detalles sobre esta nueva enfermedad, pero juntos derrotaremos a la crisis y saldremos más fuertes. Les anticipo que no firmaré el decreto de disolución de la Asamblea Nacional y convocatoria de elecciones: mi administración se concentrará en luchar contra la pandemia, evitar contagios y desempleados. Espero que la oposición quiera apoyar al gobierno frente a un enemigo que no diferencia por ideologías.

Gritos de protesta y de dictador recorrieron de un lado al otro a los periodistas.

—Luego exigen el respeto que niegan a los demás. O se comportan como señores o los expulso de la sala. Ustedes eligen.

Tan pronto empezaron los gritos, terminaron. Me permití una sonrisa por el gol que les había marcado.

—Bien, como decía antes de que me interrumpieran, la crisis sanitaria y económica que vendrá será terrible, pero los etostranos somos duros y fuertes. No tengo la menor duda de que venceremos en esta guerra. Ahora los dejo con el ministro de Sanidad. Deseo y espero que le muestren el respeto no han tenido conmigo.

Dejé que Stefan diera los datos de los informes de la OMS, de los casos de contagios en países orientales y las recomendaciones para la población… Una vez que hubo terminado se desató un caos. Imaginé que los periodistas de las redacciones estarían escribiendo como locos, y que en las redes sociales la información se propagaría como la gripe.

—Estamos ansiosos por responder a sus preguntas —dije.

—¿Por qué se niega a convocar elecciones? —preguntó un periodista.

—La crisis sanitaria que se cierne, ¿no es motivo suficiente? Cuando pase el pico de la pandemia, como ha explicado el ministro, dentro de unos meses, disolveré la Asamblea Nacional.

—¿Ha hablado con la oposición sobre esta medida extrema? —preguntó otro.

—Creí que hablar directamente con el pueblo era más importante. De todas formas, espero que la oposición se una y sumemos un frente unido, no es momento de enfrentamientos ni divisiones.

—¿Va a tomar alguna otra medida, además de impedir las elecciones?

—Pues, cerraremos las fronteras para aquellas personas que provengan de países orientales o cuyos países ya tengan algún caso.

—¿Eso no es xenofobia?

—Si la pandemia hubiera empezado en un país occidental hubiera respondido de la misma manera. 

Las preguntas se sucedían una tras otra y Stefan hizo bien su parte. A los diez minutos terminamos de responder y me despedí. El cebo a la oposición y al Tribunal Supremo estaba lanzado, a ver si picaban. El pueblo no sé qué pensaría, igual que mi Alexei, que estaba al fondo con una mirada indescifrable.

***

A lo largo de la tarde, los noticiarios no se cansaron de analizar mis declaraciones e, incluso, en alguno europeo. Todos coincidían en que era una excusa débil para no convocar elecciones e incumplir mi promesa: eso del asteneia no es para tanto, es una gripe común y estaba muy lejos.

La oposición puso el grito en el cielo y exigió una reunión conmigo de forma urgente. Accedí a verlos por la mañana del día siguiente con Stefan.

Cuando llegamos a la reunión, mi amigo les explicó detalladamente todo el dosier sobre la pandemia. Daba gusto ver a alguien tan apasionado y convencido de su trabajo, y a la vez tan inocente. Mis contrincantes solo ponían reparos, pero ninguna argumentación. Estaban donde querían y yo les lancé mi primer órdago:

—Hagamos un trato: yo convocaré elecciones si apoyan al ministro de Sanidad y Familia cuando llegue la pandemia.

Se quedaron callados y luego estallaron en carcajadas. Stefan alzó el pulgar.

—¿Solo nos pide eso?

—Un acuerdo por escrito reconociendo todo… La memoria es como el mal amigo; cuando más falta te hace, te falla.

—Todo lo necesario por el «interés del país».

«¿Y luego yo soy el hipócrita?», pensé.

—¿Les parece bien firmar el acuerdo esta tarde?

 Con esas palabras quedó cerrada la primera parte del plan.

***

Ya preveía que la ceremonia sería aburrida y pomposa, pero era un pequeño precio a pagar. Dejé los honores para Stefan durante el acto de disolución de la Asamblea Nacional; el hombre se lo merecía; su ojo clínico era extraordinario y no tenía la menor duda de que vendrían días terribles, se merecía disfrutar todo lo que pudiera antes de la tormenta.

Con la crisis asomando por el horizonte, solicité a la oposición y al Presidente de la República, al del Parlamento y al del Tribunal Supremo, firmar juntos el acuerdo como símbolo de la unidad nacional. Solo se apuntó Vasili. Quedaban cuarenta y cuatro días para las elecciones.

***

Una semana después de la firma, los primeros casos por el bicho empezaron a sonar en las noticias internacionales. La televisión pública recibió órdenes expresas de hablar día y noche sobre ello. Implementé la prueba y cuarentenas obligatorias para turistas internacionales, independientemente del vuelo de origen.

Stefan y el ministro de Economía y Hacienda se coordinaron para realizar las compras de material sanitario e implementar las primeras recomendaciones para no propagar el virus.

 Empezaron los primeros casos importados, bien de algún turista o nacional. Por supuesto, solo quería llevar al ganado del pueblo donde yo quería. Salí en las noticias señalando a los responsables extranjeros como causantes del asteneia. La oposición salió en tromba a explicar que era una gripe común y que no había nada que temer: Alexei Stepánovich exagera, juega con la salud de las personas y es un racista, decían.

Solicité a la Asamblea Nacional, a través del ministro de Sanidad, una partida extraordinaria para ampliar la compra de mascarillas, trajes y material sanitario. Se aprobó sin problemas, a pesar de los chillidos de la oposición.

Diez días después, planteé al Presidente de la República la posibilidad de aplazar los comicios en caso de que la enfermedad se extendiera por nuestro territorio e imposibilitara la vida normal. Su respuesta consistió en pedir al Tribunal Supremo un aclaratorio para que un Primer Ministro no pudiera posponer unas elecciones ya convocadas. En el plazo de menos de un día, ya sabemos que la Justicia es lenta hasta decir basta, el Tribunal determinó que en ninguna circunstancia podría posponer las elecciones.

Ellos mismos se habían ahorcado y todavía no lo sabían: en una rueda de prensa anuncié que acataba las sentencias pero que moralmente, tanto el Presidente como el Tribunal Supremo, no se harían responsables de las muertes de los ciudadanos. Ni siquiera el pueblo me tomó en serio, a juzgar por las respuestas en las redes sociales que me comentaba Dmitri.

Mi Alexei me viene a visitar a mi despacho cuando estoy solo.

—¿Te parece bien sacar rédito político con el dolor de las personas?

—Yo he avisado de la que puede venir porque confío en Stefan y en la ciencia, pero si nadie me cree, no es mi problema.

—Tu trabajo consiste en que te crean.

—Y el del pueblo en que no iré en su contra. El puto bicho ya está aquí, pero no se lo quieren creer. Los países del sur de Europa ya están aplicando confinamientos, pero si lo aplico aquí me acusarán de dictador. ¿Es justo para alguien?     

Mi hijo alzó los hombros y desapareció.

***

El primer caso confirmado de asteneia se dio en la capital; un compatriota que había tenido contacto con europeos contagiados. Faltaba un mes para las elecciones. Al día siguiente, otros cinco casos confirmados y, después, otros diecisiete. Empecé las visitas a hospitales, con mascarilla, acompañado por Stefan mientras alababa el trabajo del servicio sanitario.

El comité de crisis, formado por los ministros de Sanidad y Familia, Educación, Economía y Hacienda, Interior, Transportes, Exteriores, Industria y Turismo, Dmitri y Vasili se reunía de forma diaria. Varios expertos de los ministerios de Sanidad y Familia junto con Economía y Hacienda se iban rotando en función de las necesidades.

Solicité a la Asamblea Nacional que decretara el estado de emergencia nacional para restringir los movimientos de los ciudadanos, priorizando el teletrabajo, acotar reuniones, eventos y manifestaciones y limitar los aforos en los locales. La oposición se opuso con todas sus fuerzas diciendo a los cuatro vientos que quería una dictadura… Si ellos supieran. La presión puede con algunos aliados y no sale por un voto. En mi interior, lloraba por las víctimas.

Cuando se fueron los parlamentarios, me quedé solo en el hemiciclo con las manos sosteniendo la cabeza. No me esperaba esa derrota. Habíamos propuesto planes alternativos, pero ni en peores situaciones esperaba este escenario.

Una mano en el hombro me sobresaltó. Era Vasili.

—Lo siento mucho. Confiaste en mí para controlar la Asamblea y he fallado —dijo con los hombros hundidos.

—Las personas están ciegas. Tenemos al puto bicho en nuestro país y no lo quieren ver. ¿Cómo luchar contra la sinrazón?

—He venido para consolarte a ti, Alexei, no al contrario. En cualquier caso, era mi misión.

—Nadie es perfecto, Vasili.

—¿Ahora qué haremos?

—Asegúrate de que los que nos han traicionado desaparezcan de las listas. No los quiero volver a ver como parlamentarios. Saca todos sus trapos sucios y, de paso, algunos de la oposición.

—Dalo por hecho. 

—Esto supone un contratiempo muy importante y se perderán vidas por su culpa. Debemos activar ya los planes de contingencia que no dependan de la asamblea. Empezaremos por los planes Hermes y Atenea.

—Diré a Dmitri que reúna al comité de crisis. Quédate el tiempo que necesites.

Asentí mientras se marchaba. Mi amigo era demasiado perfeccionista y cuando algo no salía como esperaba, se le caía el mundo encima. El que tiene la responsabilidad soy yo y debí haberlo previsto por mucho que la estupidez humana sea infinita, como dijo Einstein.

***

Esa misma noche, el ministro de Educación dio orden de cerrar las escuelas, institutos y universidades amparándose en el plan Atenea. Esperaba que nuestros jóvenes se contagiaran menos y cortáramos la propagación entre ese segmento de la población.

El plan Hermes limitaba el aforo en restaurantes y bares, al tiempo que el gobierno se comprometía a retrasar el pago de impuestos y dar ayudas a los empresarios. Además, se empezaron a distribuir mascarillas en los medios de transporte a la vez que se aumentaban las frecuencias. Los ministros de Transporte, Interior y Economía y Hacienda lo ejecutaron.

El ministro de Economía y Hacienda y el de Trabajo se reunían cada día con empresarios y sindicatos para encontrar formas de limitar la propagación del modo menos lesivo para la economía.

Tras las explicaciones de Stefan de esa misma tarde, arremetí contra la oposición por no cumplir con el acuerdo firmado,  el cual mostré a toda Etostrona. No habían mantenido su palabra y el lobo ya estaba en nuestro país.

La respuesta de la oposición, al día siguiente, fue sorprendente: llamar a los etostranos a la calle para manifestarse. El ministro del Interior prohibió las manifestaciones por cuestiones de orden público y sanitarias, pero, aún así, los tribunales autorizaban bastantes. Unas setenta mil personas, según la Guardia Nacional, salieron a la calle en distintas ciudades. Según la oposición, doscientas mil. En cualquier caso, creo que esas cifras, en comparación con los cuarenta millones que somos, eran ridículas.

La imagen de policías y militares con mascarillas fue portada de medios internacionales. Dmitri me informó de un cambio en la tendencia en las redes sociales: ya no lo veían como algo lejano.

Los estudiantes celebraban la ausencia de clases presenciales y los profesores protestaban con la ingente cantidad de trabajo que se les venía encima. A pesar de que ya estaban avisados, es verdad que no pensamos en cómo desarrollar esta estrategia y cada instituto y profesor lo hacía como buenamente podía. Tampoco habíamos previsto el material necesario para que la enseñanza a distancia llegara a los niños de los pueblos sin acceso a internet. Le ordené al ministro de Educación que se reuniera con ellos y mitigase sus dificultades.

Vasili recomendaba encarecidamente el uso de la máscara a los parlamentarios, pero muy pocos siguieron su ejemplo.

***

Una semana después de la manifestación, ya había más de trescientos casos diarios, y tras dos semanas llegaron a los mil casos. Faltaban menos de catorce días para las elecciones.

Se desató el caos en Etostrona cuando llegamos al primer centenar de muertos.

Volví  a solicitar la declaración del estado de Emergencia durante dos meses pero con más poderes: sin responder ante el parlamento. Me acusaron de autoritario, fascista, dictador y otra serie de lindezas, pero la oposición se había negado a consensuar todas las medidas, hecho del que Dmitri se encargó de que se enterase por los medios y las redes sociales. El decreto se aprobó sin votos en contra, aunque muchas abstenciones.

El Presidente de la República y la oposición pedían de rodillas que aplazara las elecciones y entonces les mostré la sentencia del Supremo. Los ciudadanos que antes pedían mi cabeza, ahora clamaban contra la oposición y el Tribunal Supremo.

Estaba solo en mi despacho cuando se presentó mi hijo.

—¿Estás contento con la que has montado? ¿Más muertos?

—El ser humano es estúpido por naturaleza, ¿no somos el único animal que comete dos veces el mismo error? Nos dejamos manipular y no reflexionamos ni somos independientes en nuestras decisiones. Nos dejamos arrastrar por otros, renunciamos nuestra libertad.

—¿Cómo puedes ser tan cínico?

—Yo tendré que vivir el resto de mi vida con todos los muertos de los que soy responsable, pero no pienso asumir los de otros. Avisé del peligro, pero las mentes ofuscadas de la oposición no quisieron ver la verdad. Cuando se impone la ideología por encima del sentido común, pasan calamidades.

—Has querido aprovechar para sacar tajada del sufrimiento.

—Soy político, mi trabajo consiste en eso. Hace mucho que los estadistas dejaron de existir. El ser humano es egoísta por naturaleza y quiere sacar su parte del pastel.

—Eres el único culpable.

—Soy culpable de mis actos, pero las personas que votan a los mismos que los defraudan, elección tras elección, son igual de responsables, ¿no te parece?

Mi Alexis se quedó callado, asintió y desapareció.

Anunciamos que mi partido renunciaba a la campaña electoral para evitar multitudes, y que dedicaríamos ese dinero al personal sanitario mientras el resto de partidos hacían sus mítines. A ver si podían responder a esa.

***

Al día siguiente de la declaración de emergencia, Stefan anunció que, a pesar del aumento de contrataciones de personal sanitario y de haber montado hospitales de campaña, el sistema sanitario estaba colapsado debido a la falta de apoyo económico que se había solicitado en su momento. La buena noticia era que el personal sanitario estaba protegido y la tasa de contagios era menor que en la población general.

Ante esta situación, anunció que todo aquel trabajo susceptible de ser teletrabajado sería obligatorio y la suspensión de cualquier tipo de  reuniones, eventos y manifestaciones. Los museos, bibliotecas, teatros, cines serían cerrados. Los jardines y parques públicos que contaban con espacio suficiente continuarían abiertos. La hostelería que no tuviera terrazas, gimnasios, peluquerías y demás establecimientos no esenciales quedarían cerrados.

Los impuestos a empresarios se aplazaban durante tres meses. Mi amigo solicitó la congelación del cobro de alquileres a las empresas y a los trabajadores o autónomos que se quedaran sin trabajo. Se realizarían inspecciones para analizar caso por caso. Los propietarios que no cumplieran podrían incurrir en multas.

Por último, anunció que los beneficios de esas medidas no se empezarían a ver hasta pasadas dos semanas por el tiempo de incubación del virus. Vasili redujo al mínimo la actividad de la Asamblea Nacional y, dadas las circunstancias, obligó al uso de la mascarilla a empleados y parlamentarios.

La oposición se calló por una vez. Se escondieron como las ratas que son. De cara al público, les oferté una última oportunidad de consenso con ellos, pero se opusieron alegando que yo era un dictador.

De la noche a la mañana, Etostrona apareció silenciosa, triste y con mascarillas. Las calles desiertas le daban un aspecto fantasmagórico. Yo me quedé en casa con mi familia, donde mi hija seguía sin hablarme. Mi esposa me ha acompañado en toda la campaña haciendo el papel de etostrona orgullosa de su marido.

Subimos en las encuestas, desde el treinta y cinco por cierto de intención de voto hasta más del sesenta.

***

Faltaban tres días para las elecciones y los nervios estaban a flor de piel entre ciudadanos y oposición. El no salir, es decir, perder la libertad, creo que fue lo peor que nos podía pasar. Una cosa es decidir no salir de casa, pero otra diferente es perder la opción.

El mundo se había vuelto loco; yo ya lo estaba.

Es cierto que los políticos somos malas personas, ¿pero qué se le pasa por la cabeza a un ciudadano para saltarse el confinamiento de dos semanas? ¿No se le pasa por la cabeza que no son solos ellos sino que también afecta a los demás? El ser humano es egoísta y estúpido.

La curva de contagios parecía estabilizarse en torno a los mil quinientos diarios. Habían muerto más de siete mil compatriotas y a algunos les parecían cifras lejanas, no personas. Me preguntaba qué pensaría la oposición acerca de todo esto. ¿Estarían enfadados porque no les había salido bien la jugada y el pico de la pandemia jorobó su estrategia obstruccionista, o sentirían las vidas perdidas?

El ministro del Interior y el director de servicios de inteligencia habían comentado su preocupación por los disturbios cuando faltaba tan poco tiempo para elecciones. Sospechaban que la oposición intentaría una jugada de última hora para hacerse con el poder, fuera como fuera y a pesar de sus continuas equivocaciones.

Los miembros del equipo no sabían qué decisión tomar y lo consulté con Stefan. Se había convertido en un icono en Etostrona y era una figura que generaba cierto grado de consenso.

—… esta es la situación, ¿qué hacemos?

—¿Por qué me preguntas por un tema político si yo soy médico?

—Necesito otro punto de vista.

—No me puedo creer que el Alexei me pida ayuda, ¿la situación es tan desesperada?

—Por encima de la política, están las personas. ¿Tú crees que sería bueno para la sanidad que miles de personas se manifestaran en el punto álgido de la pandemia?

—Tienes razón en eso. Déjame pensar…

Aguardé sentado en la silla de mi despacho mientras mi amigo, frente a la pantalla del ordenador, se pasaba la mano por el mentón. Lo sentía por sus profundas ojeras.

—¿Por qué no pruebas con zanahorias?

—¿Cómo dices? —pregunté con las cejas alzadas.

—Hasta ahora has sido duro, muy duro, con los palos; cambia de táctica. No digo que no fuera necesario, pero prueba a endulzar un poco la penuria de la ciudadanía.

—Gracias por el consejo, amigo mío. ¿Cómo vais en el ministerio, aparte de jodidos?

—Solo una persona que lo viva en primera persona lo podría comprender. Esto parece la guerra. Solo espero que a partir de la próxima semana el pico de contagios disminuya. Lo malo es que hasta que no hayan sacado una vacuna, estaremos dos años con confinamientos intermitentes.

—Los problemas de uno en uno. Primero sobrevivamos a esto y luego ya nos encargaremos de lo que vaya surgiendo.

—¿El aumento de contratación de personal sanitario ha servido?

—Sí, y te lo agradezco, pero nuestras infraestructuras son un asco y eso no se podía remediar en dos meses.   

—Si ganamos, nos reuniremos para ver de dónde podemos rascar en los presupuestos.

Stefan cruzó los dedos y se despidió antes de cerrar la conexión.

Convoqué un gabinete extraordinario, por videoconferencia, para esa misma tarde, para proponer zanahorias y populismos. Al terminar, una hora después de empezar, avisé a Vasili para que estuviera al tanto. Por la noche, convoqué una rueda de prensa en plena hora de noticiarios.

—Compatriotas, estas semanas han sido muy difíciles para todos, especialmente para los familiares de las víctimas del asteneia. Acertáramos o no, actuáramos a tiempo o no, pensemos de una forma o de otra, lo mejor es ir juntos como nación, porque si nos enfrentamos entre nosotros o cada uno rema en una dirección distinta, este barco llamado Etostrona se irá a pique.

»Nadie es inmune a la pandemia: la madre del ministro de Sanidad y Familia falleció por el virus, al igual que los otros centenares de casos, y no se pudo despedir de ella. Stefan es un hombre muy modesto que en ningún momento ha dejado de pensar en los etostranos. 

»Nos hemos olvidado de los verdaderos héroes que han mantenido a flote el barco: personal sanitario, cajeros, transportistas, Guardia Nacional, soldados y demás trabajadores esenciales. Por ello, solicito aplausos para ellos, estemos donde estemos, según entremos en un hospital, centro de salud primario, supermercado, estén donde estén…

»Desde el gobierno queremos recompensar de dos formas todo el trabajo que han hecho: propondremos a la Asamblea Nacional una partida extraordinaria para dar una paga especial a todos los trabajadores esenciales. Además, el gobierno, de forma simbólica, donará un mes de su salario para el presupuesto del ministerio de Sanidad.

»Estamos en una situación muy difícil, solo pido un poco de paciencia a los ciudadanos, que se están comportando ejemplarmente. Esperamos que el pico de la pandemia llegue la próxima semana para ir relajando las restricciones.

»Me gustaría anunciar que hemos ganado la guerra a la pandemia, pero esto es una carrera de fondo: hasta que no salga la vacuna, la mejor alternativa es la distancia de seguridad, la higiene personal y el sentido común.

»Si los hermanos se ayudan entre hermanos, los amigos entre amigos e hijos a padres, es hora de que los políticos también dejemos las diferencias a un lado. Debemos consensuar un plan de reconstrucción nacional independiente de ideologías y resistente a los cambios de gobierno.

»Que Dios bendiga a Etostrona y gracias a los ciudadanos por su esfuerzo.

***

Mi discurso dio una vuelta de tuerca a la recta final de campaña, para bien o para mal. De alguna manera, la tensión de los etostranos se enfocaba en otros temas y posibilidades que no habían pensado. La oposición, por su parte, no recogía mi guante y me acusaba de populista y demagogo. Pues que se les hubiera ocurrido antes a ellos.

El objetivo principal parecía cumplido: impedir manifestaciones o cualquier intento de tomar el poder por parte de la oposición.

La víspera de las elecciones, el debate seguía muy vivo, incluso en las redes sociales. Dmitri nos avisó de que se estaba dando un vuelco a nuestro favor entre los votantes jóvenes. Yo estaba nervioso, muy nervioso, pero todos me llamaban porque también lo estaban. ¿Quién me consolaría a mí?

Menos mal que tenía a mi mujer. Fui al salón y enlacé la mano con la suya, sentados en el sofá.

—Gracias por tu apoyo durante la campaña, mi ángel.

—Alexei, lo has hecho por nuestro hijo, harías cualquier cosa por él. Solo espero que no pierdas las elecciones y… hagas pagar a ese cabrón.

—Si no ganamos, levantaré el ejército y me dejaré de gaitas. Siempre tengo un plan B.

—Más te vale… Si siempre has podido hacer un golpe de Estado como Dios manda, ¿por qué te occidentalizas?

—Porque no sé el tiempo que permanecería en el poder y podría meter en un agujero muy profundo a mi antecesor para que recuerde cada día lo que ha hecho, pero si lo ejecuto o si pierdo el poder por la presión internacional, volvería a estar libre. Eso sí, estaría dispuesto a ajusticiarlo yo mismo antes de darse ese caso.

—Con razón has llegado hasta arriba, porque no eres tonto —dijo mi mujer con una sonrisa—. Seguro que algo te inquieta, si no, no estarías aquí conmigo.

—Ni que fueras un objeto…

—Alexei, ambos sabemos que si ya de por sí durante una campaña electoral te abstraes, ya con encerrar al miserable ese… La jugada de anteayer fue muy arriesgada, ¿por qué? Si las encuestas nos daban muy buenos números, a pesar de los observadores internacionales, algo podrías corregir el voto, ¿no?

—Algo podríamos rascar, pero la oposición iba a intentar una última jugada desesperada y creo que ya hemos tenido suficientes muertes.

—Entiendo… Pase lo que pase mañana, estaremos juntos por nuestro hijo.

—Gracias, mi ángel —dije mientras le daba un beso en la mano.

Me levanté y, antes de irme, oí que me decía:

—Dale tiempo a Alexia: ha perdido a un hermano y tenemos ideas muy retrógradas para su generación. Hablará contigo, antes o después.

Tensé los hombros un segundo y asentí sin girarme.

***

A las siete de la tarde, el escrutinio había comenzando. En la sala adyacente me estaba esperando todo el equipo por videoconferencia, excepto Dmitri, que estaba presente, pero saben que me gusta estar solo cinco o diez minutos antes de enfrentarme a la vorágine del recuento.

Ahora que lo pienso, no me había preocupado mucho por cómo evolucionaba la pandemia en el resto del mundo. Sabía que estaban igual o peor que nosotros, ¿soy peor persona si me preocupo antes por los que conozco?

Estábamos en un nuevo mundo, pero todavía no lo hemos descubierto. No sé si será mejor o peor que el anterior.

Mi hijo apareció a un metro. No sé si yo había perdido la cabeza del todo tras mi secuestro, pero agradecía esos minutitos con él.

—Ya llegó la hora de la verdad, papá.

—Pues sí.

—Si ganas, ¿qué harás?

—Asegurarme de elegir un nuevo Tribunal Supremo para que el joputa no vea nunca el sol.

Mi Alexei entornó los ojos.

—¿Y los afectados por la pandemia?

—Soy un ser egoísta, primero vas tú. Una vez asegurado eso, ya ayudaré a Stefan, que lo hace estupendamente.

—¿Y todo esto es por mí? 

—¿Qué sentido tiene la vida si la gente se deja conducir como borregos? Los occidentales llaman orgullo al estercolero que tienen, pero siguen saliendo los mismos corruptos de siempre. Incluso rompen sus promesas una y otra vez, no entiendo cómo se los perdona. Yo seré muchas cosas, pero si prometo algo, lo cumplo. Me lo inculcó tu abuelo a base de capones. No soy perfecto ni lo pretendo ser, me acepto como soy, ¿y los demás?

—Eres incorregible —dijo mi hijo con un amago de sonrisa.

—Pues, ¿sabes que…

Una algarabía salió de la sala contigua; gritos como «lo logramos» o «vencimos» se escuchaban a través de la puerta.

—¿Y ahora que harás, papá? 

Mi hijo desapareció y lo echo de menos. Preferiría no ganar las elecciones y estar cinco minutos más con él. ¿Por qué los muertos en vida no podemos ser felices? Me levanto de la silla y me enfrento a una nueva noche sin mi Alexei.

Valora la fantasía

La media de fantasía es 4.5 / 5. 2

Necesito tu opinión para mejorar

Deja tu comentario

Política de Comentarios de Santi Limonche

Responsable: Santiago Limonche | Finalidad: Gestión de comentarios | Legitimación: Tu consentimiento.

Cumplir con la legalidad es peor que luchar contra Sauron.
Necesito tu consentimiento para las cookies.